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pendencias que podrían originarse, o del enojo de éste, o del odio que se había acarreado de sus ciudadanos. Arreglado esto, teniendo por cierto que Ambiórix no se arriesgaría a una batalla, andaba indagando cuáles eran sus ideas. Los Menapios, veeinos a los Eburones, cercados de lagunas y bosques, eran los únicos que nunca trataron de paz con César. No ignoraba tener con ellos Arbiórix derecho de hospedaje y haber también contraído amistad con los Germanos por medio de los Trevirenses. Parecióle, por tanto, privarle ante todas cosas de estos recursos, no fuese que, o desesperado se guareciese entre los Menapios, o se viese obligado a unirse con los Germanos de la otra parte del Rhin. Con este fin remite a Labieno los bagajes de todo el ejército con la escolta de dos legiones, y él, con cinco, a la ligera marcha contra los Menapios. Estos, sin hacer gente alguna, fiados en la fortaleza del sitio, se refugian entre los sotos y lagos con todos sus haberes.

VI. César, repartiendo sus tropas con el legado Cayo Fabio y el cuestor Marco Craso, formados de pronto unos pontones, acomete por tres partes, quema caserías y aldeas, y coge gran porción de ganado y gente. Con cuya pérdida forzados los Menapios, le despachan embajadores pidiendo paz. El, recibidos rehenes en prendas, protesta que los tratará como a enemigos si dan acogida en su país o a la persona de Ambiorix o a sus legados. Ajustadas estas cosas, deja en los Menapios a Comio el de Artois con su caballería para tenerlos a raya, y él toma el camino de Tréveris.