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sar. Cicerón, valiéndose de esta coyuntura, pide a Verticón, aquel Galo arriba dicho, para remitir con él otra carta a César, y le encarga haga el viaje con toda cautela y diligencia; decía en la carta cómo los enemigos, alzando el sitio, habían revuelto contra él todas las tropas. Recibida esta carta cerca de la media noche, la participa César a los suyos y los esfuerza para la pelea. Al día siguiente, muy temprano, mueve su campo, y habiendo avanzado cerca de cuatro millas, descubre la gente del enemigo, que asomaba por detrás de un valle y de un arroyo. Era cosa muy arriesgada combatir con tan exigua tropa en paraje menos ventajoso; comoquiera, certificado ya de que Cicerón estaba libre del asedio, y, por tanto, no era menester apresurarse, hizo alto, atrincherándose lo mejor que pudo, según la calidad del terreno; y aunque su ejército ocupaba bien poco, que apenas era de siete mil hombres, y ésos sin ningún equipaje, todavía lo reduce a menor espacio, estrechando todo lo posible las calles de entre las tiendas (1), con la mira de hacerse más y más despreciable al enemigo. Entretanto despacha por todas partes batidores a descubrir el sendero más seguro por donde pasar aquel valle.

L. Este día, sin hacer más que tal cual ligera escaramuza de los caballos junto al arroyo, unos y otros se estuvieron quedos en sus puestos: los Galos, porque aguardaban mayores refuerzos, que aún (1) Las de los reales romanos eran ordinariamente de cincuenta y aun de cien pasos en ancho, con que se podían estrechar mucho en las ocurrencias.