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atravesando por entre los Galos sin la menor sospecha, la pone al fin en manos de César. Por ella vino a saber el peligro de Cicerón y de su legión.

XLVI. Recibida esta carta a las once del día, despacha luego aviso al cuestor Marco Craso, que tenía sus cuarteles en los Bellovacos, a distancia de veinticinco millas, mandándole que se ponga en camino a media noche con su legión y venga a toda priesa. Pártese Craso al aviso. Envía otro al legado Cayo Fabio, que conduzca la suya a la frontera de Artois, por donde pensaba él hacer su marcha. Escribe a Labieno que, si puede buenamente, se acerque con su legión a la frontera de los Nervios. No le pareció aguardar lo restante del ejército, por hallarse más distante. Saca de los cuarteles inmediatos hasta cuatrocientos caballos.

XLVII. A las tres de la mañana supo de los batidores la venida de Craso. Este día caminó veinte millas. Da el gobierno de Samarobriva, con una legión, a Craso, porque allí quedaba todo el bagaje, los rehenes, las escrituras públicas y todo el trigo acopiado para el invierno. Fabio, conforme a la or den recibida, sin detenerse mucho, le sale al encuentro en el camino. Labieno, entendida la muerte de Sabino y el destrozo de sus cohortes, viéndose rodeado de todas las tropas Trevirenses, temeroso de que si salía como huyendo de los cuarteles no podría sostener la carga del enemigo, especialmente sabiendo que se mostraba orgulloso con la recién ganada victoria, responde a César representando el gran riesgo que correría la legión si se movía; es-