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ción de su reino y mayormente por la rebelión de sus vasallos, valiéndose de la mediación de Comio Atrebatense, envía sus embajadores a César sobre la entrega. César, que estaba resuelto a invernar en el continente por temor de los motines repentinos de la Galia, quedándole ya poco tiempo del estío, y viendo que sin sentir podía pasársele aun ése, le manda dar rehenes, y señala el tributo que anualmente debía la Bretaña pechar al pueblo romano.

Ordena expresamente y manda a Casivelauno que no moleste más a Mandubracio ni a los Trinobantes.

XXIII. Recibidos los rehenes, vuelve a la armada, y halla en buen estado las naves. Botadas éstas al agua, por ser grande el número de los prisioneros y haberse perdido algunas embarcaciones en la borrasca, determinó transportar el ejército en dos convoyes. El caso fué que, de tantos bajeles y en tantas navegaciones, ninguno de los que llevaban soldados faltó ni en este año ni en el antecedente; pero de los que volvían en lastre del continente, hecho el primer desembarco, y de los sesenta que Labieno había mandado construir, aportaron muy pocos; los demás casi todos volvieron de arribada. Habiendo Cé sar esperado en vano algún tiempo, temiendo que la estación no le imposibilitase la navegación por la proximidad del equinoccio, hubo de estrechar los soldados según los buques, y en la mayor bonanza zarpando ya bien entrada la noche, al amanecer tomó tierra, sin desgracia en toda la escuadra.

XXIV. Sacadas a tierra las naves, y tenida uya