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Rechazados por la caballería, se guarecieron en los bosques, dentro de cierto paraje bien pertrechado por naturaleza y arte, prevenido de antemano, a lo que parecía, con ocasión de sus guerras domésticas, pues tenían tomadas todas las avenidas con árboles cortados, puestos unos sobre otros. Ellos desde adentro, esparcidos a trechos, impedían a los nuestros la entrada en las bardas. Pero los soldados de la legión séptima, empavesados, y levantando terraplén contra el seto, le montaron sin recibir más daño que algunas heridas. Verdad es que César no permitió seguir el alcance, así por no tener conocido el terreno, como por ser ya tarde y querer que le quedase tiempo para fortificar su campo.

X. Al otro día de mañana envió sin equipaje alguno tres partidas de infantes y caballos en seguimiento de los fugitivos. A pocos pasos, estando todavía los últimos a la vista, vinieron a César mensajeros a caballo, de parte de Quinto Atrio, con la noticia de que la noche precedente, con una tempestad deshecha que se levantó de repente, casi todas las naves habían sido maltratadas y arrojadas sobre la costa; que ni áncoras ni amarras las contenían, ni marineros ni pilotos podían resistir a la furia del huracán; que, por consiguiente, del golpeo de unas naves con otras había resultado notable daño.

XI. Con esta novedad, César manda volver atrás las legiones y la caballería; él da también la vuelta a las naves, y ve por sus ojos casi lo mismo que acababa de saber de palabra y por escrito: que, desgra-