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creciente, al mismo tiempo que los navíos de carga puestos al ancla eran maltratados de la tempestad, sin que los nuestros tuviesen arbitrio para maniobrar ni remediarlas. En fin, destrozadas muchas naves, quedando las demás inútiles para la navegación, sin cables, sin áneoras, sin rastro de jarcias, resultó, como era muy regular, una turbación extraordinaria en todo el ejército, pues ni tenían otras naves para el reembarco, ni aprestos algunos para reparar las otras, y como todos estaban persuadidos a que se había de invernar en la Galia, no se habían hecho aquí provisiones para el invierno.

XXX. Los señores de Bretaña, que después de la batalla vinieron a tomar las órdenes de César, echando de ver la penuria en que se hallaban los Romanos de caballos, naves y granos y su corto número, por el recinto de los reales mucho más reducido de lo acostumbrado, porque César condujo las legiones sin los equipajes, conferenciando entre sí, deliberaron ser lo mejor de todo, rebelándose, privar a los nuestros de los víveres, y alargar de esta suerte hasta el invierno (1) la campaña, con la confianza de que, vencidos una vez éstos, o atajado su regreso, no habría en adelante quien osase venir a inquietarlos. En conformidad de esto, tramada una nueva conjuración, empezaron poco a poco a escabullirse de los reales y a convocar ocultamente la gente del campo.

(1) Si eso lograban, estaban ciertos de que los Romanos perecerían de hambre y de frío.