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quién de una nave, quién de otra, se agregaban sin distinción a las primeras con que tropezaban, andaban sobremanera confusos. Al contrario, los enemigos, que tenían sondeados todos los vados, en viendo de la orilla que algunos iban saliendo uno a uno de algún barco, corriendo á caballo, daban sobre ellos en medio de la faena. Muchos acordonaban a pocos, otros por el flanco descubierto disparabu dardos contra el grueso de los soldados. Notando César el desorden, dispuso que, así los esquifes de las galeras como los pataches, se llenasen de soldados, y en viendo a algunos en aprieto, los enviaba en su ayuda. Apenas los nuestros fijaron el pie en tierra, seguidos luego de todo el ejército, cargaron con furia a los enemigos y los ahuyentaron, si bien no pudieron ejecutar el alcance, á causa de no haber podido la caballería seguir el rumbo y ganar la isla. En esto sólo anduvo escasa con César su fortuna.

XXVII. Los enemigos, perdida la jornada, luego que se recobraron del susto de la huída enviaron embajadores de paz a César, prometiendo dar rehenes y sujetarse a su obediencia. Vino con ellos Comio el de Artois, de quien dije arriba haberle César enviado delante a Bretaña. Este, al salir de la nave a participarles las órdenes del general, fué preso y encarcelado. Después de la batalla le pusieron en libertad, y en los tratados de paz echaron la culpa del atentado al populacho, pidiendo perdón de aquel yerro, hijo de la ignorancia. César, quejándose de que, habiendo ellos de su agrado enviado embajadores al continente a pedirle la paz, sin motivo nin-