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parasen un poco de los transportes, se apostasen a fuerza de remos contra el costado descubierto de los enemigos, y desde allí, con hondas, trabucos y ba llestas, los arredrasen y alejasen, lo que sirvió mucho a los nuestros, porque, atemorizados los bárbaros de la extrañeza de los buques, del impulso de los remos y de las máquinas de guerra nunca vistas, pararon y retrocedieron un poco. No acabando todavía de resolverse los nuestros, especialmente a vista de la profundidad del agua, el alférez de la décima legión, enarbolando el estandarte e invocando en su favor a los dioses, "Saltad, dijo, soldados, al agua, si no queréis ver el águila en poder (1) de los enemigos. Por lo menos, yo habré cumplido con lo que debo a la República y a mi general." Dicho esto a voz en grito, se arrojó al mar, y empezó a marchar con el águila derecho a los enemigos. Al punto los nuestros, animándose unos a otros a no pasar por tanta mengua, todos a una saltaron del navío. Como vieron esto los de las naves inmediatas, echándose al agua tras ellos, se fueron arrimando a los ene migos.

XXVI. Peleóse por ambas partes con gran denuedo. Mas los nuestros, que ni podían mantener las filas, ni hacer pie, ni seguir sus banderas, sino que, (1) El estandarte principal de cada legión era una águlla de plata o de oro, que miraban los Romanos como cosa sagrada, y el perderla como la mayor ignominia del ejército. El que la llevaba se decía aquilifer, y de aquí el espa ñol alférez.