Página:Comentarios de la guerra de las Galias (1919).pdf/106

Esta página no ha sido corregida
102
 

agigantados. Es tanta su habitual dureza, que, siendo tan intensos los fríos de estas regiones, no se visten sino de pieles, que, por ser cortas, dejan al aire mucha parte del cuerpo, y se bañan en los ríos.

II. Admiten a los mercaderes, más por tener a quien vender los despojos de la guerra, que por deseo de comprarles nada. Tampoco se sirven de caballos traídos de fuera, al revés de los Galos, que los estiman muchísimo y compran muy caros, sino que a los suyos, nacidos y criados en el país, aunque de mala traza y catadura, con la fatiga diaria los hacen de sumo aguante. Cuando pelean á caballo se apean si es menester, y prosiguen a pie la pelea; y teniéndolos enseñados a no menearse del puesto, en cualquier urgencia vuelven a montar con igual ligereza. No hay cosa, en su entender, tan mal parecida y de menos valer como usar de jaeces. Así, por pocos que sean, se atreven con cualquier número de caballos enjaezados. No permiten la introducción del vino, por juzgar que con él se hacen los hombres regalones, afeminados y enemigos del trabajo.

III. Tienen por la mayor gloria del Estado el que todos sus contornos por muchas leguas estén despoblados, como en prueba de que gran número de ciudades no ha podido resistir a su furia. Y aún aseguran que por la una banda de los Suevos no se ven sino páramos en espacio de seiscientas millas.

Por la otra caen los Ubios, cuya república fué ilustre y floreciente para entre los Germanos; y es así que, respecto de los demás nacionales, están algo más civilizados, porque frecuentan su país muchos