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Los sitiados a veces tentaban hacer salidas, a veces minar las trincheras y obras, en lo cual son diestrísimos los Aquitanos, a causa de las minas de cobre y canteras que tienen en muchas partes. Mas visto que nada les valía contra nuestra vigilancia, envían diputados a Craso, pidiéndole los recibiese a partido. Otorgándoselo y mandándoles entregar las armas, las entregan.

XXII. Estando todos los nuestros ocupados en esto, he aquí que sale por la otra parte de la ciudad su jefe supremo, Adiatunno, con seiscientos de su devoción, a quienes llaman ellos Soldurios. Su profesión es participar de todos los bienes de aquellos a cuya amistad se sacrifican, mientras viven; y si les sucede alguna desgracia, o la han de padecer con ellos, o darse la muerte: ni jamás hubo entre los tales quien, muerto su dueño, quisiese sobrevivirle. Habiendo, pues, Adiatunno intentado hacer una salida con ellos, a la gritería que alzaron los nuestros por aquella parte, corrieron los soldados a las ar mas, y después de un recio combate lo hicieron retirar adentro. No obstante, recabó de Craso el ser comprendido en la misma suerte de los ya entregados.

XXIII. Craso, luego que recibió las armas y rehenes, marchó la vuelta de los Vocates y Tarusates. En consecuencia, espantados los bárbaros de ver tomada a pocos días de cerco una plaza no menos fuerte por naturaleza que por arte, trataron, por medio de mensajeros despachados a todas partes, de mancomunarse, darse rehenes y alistar gente. En-