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Introduccion.

sentantes llovió tanto por la mañana (cosa poco común en México)» que no fué posible sacar la procesion ni hacer fiesta alguna. Tomó aquello el cabildo por un aviso del cielo, y revocó el permiso, dejando en pié, mientras duró la vacante, el mandamiento del venerable señor obispo.

No sabemos cuándo volvió á quedar sin efecto; pero en 1565, el cabildo eclesiástico estaba tan lejos de la opinion contraria á los autos, que el 18 de Mayo acordó dar cada año «una joya de oro ó plata, de valor de hasta treinta escudos, á la mejor representacion ó letra que se hiciese para representarse el dia de Corpus.» Y el ayuntamiento, por su parte, ofrecia tambien joyas con igual destino.[1] La disposición del Sr. Zumárraga fué al fin reducida á sus justos límites por el Concilio tercero mexicano, celebrado en 1585, el cual, siguiendo el ejemplo de otros concifios y prelados, prohibió en las iglesias «las danzas, bailes, representaciones y cantos profanos aun en el dia de la Natividad del Señor, en la fiesta del Corpus y otras semejantes.» La prohibicion, como se ve, no era absoluta, porque se referia únicamente, y con mucha razon, á los regocijos profanos que se hacian en las iglesias dejando en uso los demas. Así lo confirman las palabras que siguen: «Pero si hubiere de representarse alguna historia sagrada, ú otras cosas santas y útiles al alma, ó cantarse algunos devotos himnos, preséntense un mes antes al obispo, para que sea examinado y aprobado por él.»[2]

En tranquila posesion quedaron las representaciones piadosas, y por todo el siglo siguiente las vemos continuar figurando, así en la festividad del Corpus, como en la octava de la misma, en las entradas de vireyes, y en casi todos los festejos destinados á celebrar sucesos faustos. Ya en 1578, entre otras grandes y aparatosas demostraciones hechas para recibir las reliquias que el Papa Gregorio XIII envió á los padres jesuitas de la provincia de México, representaron los colegiales una Tragedia en cinco actos, que existe

impresa, intitulada Triunfo de los Santos, en que se representa la persecución de Diocleciano, y y la prosperidad que se siguió con el imperio de Constantino. Figuran en esa obra S. Silvestre, papa; Constantino,

  1. Véase en este libro el Coloquio xii, pág. 156, col. 12
    "¿Esta es joya? No es verdad;
    Y si es joya es la de antaño,
    Que no la dió la ciudad"

    El premio se llamaba joya, cualquiera que fuese su naturaleza: dinero, ropa alhaja, &c.

  2. Libro III, tít. 18, § 10 (Edicion de Barcelona, 1870.) El traductor castellano omitió las palabras in Ecclesiis que están en el texto latino, y hacen tanta falta para la recta inteligencia del cánon.