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Introduccion.

Ese mismo año de 1533 hubo grandes discordias entre el ayuntamiento y la Audiencia, sobre quiénes habian de llevar las varas del palio en la procesion. Aunque la ciudad sostenia que esa prerogativa le tocaba, por ser así costumbre en las ciudades de España, se mostró llana á cederla en favor del presidente y oidores, lo cual les hizo presente por medio de un escrito. Mas la Audiencia dispuso que el palio tuviera ocho varas, y de ellas llevasen cuatro los oidores, y las otras cuatro los oficiales reales, tesorero, contador, factor y veedor: ordenó tambien que cuando sobrasen varas ó las dejasen los que tenian derecho á ellas, el cabildo proveyera. Insistió la ciudad en su acuerdo, considerándose agraviada por el del Audiencia; pero deseando evitar disputas, ocurrió al provisor para informarle de lo que pasaba, porque a «ellos no entendían de ir en la dicha procesion, hasta que S. M. lo envíe proveido.» La determinacion era grave, si se atiende á la importancia que tenia entonces la municipalidad de México, y estuvo á punto de ocasionar un tumulto. No aparece en el Libro de Cabildo lo que por aquella vez se ejecutó; pero al año siguiente se repitieron las desavenencias y volvió á alterarse el pueblo. La ciudad se quejaba, en uno de sus cabildos, de que el presidente y oidores habian dado las varas del palio «a quien quisieron, contra lo que en esto los dichos presidente é oidores tienen mandado: todo en ofensa é injuria desta dicha ciudad, justicia é regidores é república de ella,» y protestaron defender por justicia sus derechos. Mal salieron al fin en el negocio, porque, como refiere Herrera,[1] informado el rey de esas diferencias, «de que le pesó mucho, porque demas de ser cosa en que Dios era muy deservido, no era buen ejemplo para los naturales,» mandó, en 1534, que «siempre que se hallasen presentes el presidente y el Audiencia Real, que representaban la persona del rey, el dicho presidente diese las varas á quien le pareciese, prefiriendo el presidente, prelados y señores de título, marqués y conde, y despues á los oidores, y luego los oficiales propietarios, y después los regidores más antiguos, sin escándalo ni desasosiego alguno.» Para tan pocas varas era mucha gente esa, y rara vez podrían los capitulares alcanzar parte

en aquella honrosa distinción.[2] A muchos parecerán hoy frívo-

  1. Historia General de los hechos de los Castellanos, Déc. V, lib. 6, cap. 14.
  2. No fueron estas las únicas desavenencias á que dió motivo la procesion del Corpus: húbolas más adelante en 1651, por haber dispuesto el virey conde de Alvadeliste, que fueran seis de sus pajes junto á la Custodia, alumbrando al Sacramento.—Diario de Guijo, apud Documentos para la historia de México (1853). 1ª serie, tom. I, pág. 179.