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INTRODUCCION.

L

a gran popularidad que alcanzaron en España las representaciones religiosas, especialmente en los siglos xvi y xvii, época de su mayor lustre, es un hecho innegable que bastaria para justificar el interes con que hoy se mira esa rama importantísima de la literatura española, aun cuando no lo aconsejaran así razones de mayor peso. No es mi ánimo relatar el origen y vicisitudes de esos espectáculos, y ménos calificar el mérito y oportunidad de ellos. Vasto asunto es ese, que ha dado ocupacion á escritores distinguidos.[1] Pero al reproducir una colección mexicana de obras de ese género, me considero casi obligado a decir algo acerca de las representaciones religiosas de México, en los años que mediaron entre la

conquista y el fin del siglo xvi.

Católicos fervientes los conquistadores y primeros vecinos de esta tierra, no podian ménos de continuar en ella las fiestas religiosas de su patria. Pero habia aquí nuevas razones para celebrarlas con mayor solemnidad. El pueblo idólatra cuya conversion se procuraba con tanto empeño, estaba habituado á las frecuentes fiestas de su cruenta religion, y no era bastante haberlas abolido, sino que convenia mucho sustituirlas con otras que ocuparan la imaginacion

  1. Véase, por ejemplo, el excelente prólogo que el Sr. D. Eduardo Gonzalez Pedroso puso al frente de la colección de Autos Sacramentales, que forma el tomo lviii de la Biblioteca de Autores españoles, de Rivadeneyra.