las maravillas de la naturaleza anuncian sú presencia y su poder. No os admireis, si es que no lo veis. ¿Acaso veis los vientos, que todo lo agitan y lo ponen en movimiento? Aun el sol, que os lo hace ver todo, es casi invisible; porque el vivo resplandor de sus rayos deslumbra en tales términos, que si os obstinarais en mirarlo de hito en hito, estabais expuestos á perder la vista. ¿Cómo, pues, es posible, que podais sostener el resplandor divino del que ha criado el sol, y es manantial eterno de la luz; quando solamente sus relámpagos os ponen en huida, y os ocultais de su trueno? ¿Con esos ojos de carne, con los quales no veis vuestra alma, pretendeis ver á Dios?
¿Y cómo es que Dios sabe todo lo que nosotros hacemos? ¿Puede por ventura verlo y oirlo todo desde lo alto del cielo? ¡Miserable objecion! ¡O crasa ignorancia! ¿Cómo puede ser que Dios esté lejos de nosotros, si ocupa por su inmensidad el cielo, la tierra, y todo el universo? No basta, pues, decir, que está cerca de nosotros; sino que está en nosotros mismos, ó por mejor decir, que nosotros estámos en él. Si el sol, no obstante que está clavado en el cielo, se esparce por todas partes, hace sentir su influencia, y comunica su luz á todos los seres; con mayor razon el Autor del sol y del mundo entero, para quien no puede haber cosa secreta, se hallará presente hasta en las tinieblas, y aun en