el arte de defender su causa; porque frequéntemente está la verdad por una parte, aunque algo obscurecida, y por la otra, la sutileza y la eloquencia suplen por la solidez de las pruebas. Así qué, debo pesarlo todo con mucha maduréz, de suerte que dé al talento los elogios, que merezca y no admita ni apruebe sino la verdad. Ya eso, replicó Cecilio, es en cierto modo desnudarse del carácter de Juez imparcial; porque todas esas consideraciones van encaminadas á debilitar la fuerza de mi discurso; y en nada se oponen á la respuesta que va á dar Octavio, si es que está en disposicion de contradecirme.
Tus quejas, le respondi, no van fundadas. Lo que yo he dicho es comun á entrambos, y toda mi pretension se reduce á que no debo pronunciar mi juicio, hasta despues de haber exâminado escrupulosamente la fuerza de las pruebas, sin respeto á la eloqüencia. Pero no perdamos mas tiempo[1]; escuchémos con la mayor atencion la respuesta de Octavio, que al parecer está impaciente por hablar.
Tomó Octavio la palabra, y yo responderé, dixo, como mejor pudiere; pero tú, ó Minucio,
- ↑ He abreviado esta digresion, que interrumpe el curso del Diálogo, y corta el hilo del asunto principal. El mismo Minucio lo conoció tambien, y parece que en lo da á entender con aquellas palabras: no perdamos mas tiempo. Por otra parte, este trozo se hallan algunas amplificaciones, y bastante obscuridad.