piedad, aun para con los Dioses extraños?[1]
Supuesto, pues, que todas las Naciones convienen en reconocer á los Dioses, aunque no conozcan su origen y naturaleza; habrá paciencia para tolerar la audacia, y la orgullosa y pretendida sabiduría de aquellos, que intentan debi litar, ó destruir una Religion tan antigua, tan útil y tan saludable?
Habla despues Cecilio del castigo de algunos Ateistas.
¿No es cosa deplorable, continúa Cecilio, que unos hombres de una secta proscrita y desesperada vayan congregando los mas ignorantes, que se encuentran en las heces del pueblo, las mugeres débiles y crédulas, con el fin de formar una conjuracion impía contra nuestros Dioses, y de unirse por medio del crímen, de juntas nocturnas, ayunos solemnes, y banquetes inhumanos? ¡O Nacion tenebrosa! enemiga de la luz; muda en público y parlera en secreto. Desde el seno de la miseria miran esos hombres á nuestros templos, como si fueran mataderos, insultan á nuestros Dioses, se burlan de nuestros sacrificios, se duelen de los honores del secerdocio, y desprecian la púrpura; al paso que ellos, medio desnudos, y
- ↑ Omitimos las particularidades, que trae sobre la idofatría, porque son extrañas á nuestro objeto; y porque no son tampoco otra cosa, que unas frívolas declamaciones, y una ridícula pintura de las fábulas y supersticiones Paganas.