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IV
 

estos temores, no pudo conseguirlo, y lo que mas se encomendò al cuidado de su sucesor Rozas, fué: evitar el arribo de las embarcaciones inglesas ó rusianas; y tomar las noticias precisas de la situacion y circunstancias del expresado lago. Habian pasado cuatro años entre el primer aviso y este encargo, y la corte de Madrid habia permanecido inmovil entre sus dudas y alarmas! No eran estos sus únicos recelos: otros le inspiraba la presencia de los portugueses en la Colonia del Sacramento, que, aunque mas reales que las expediciones marìtimas de Rusia è Inglaterra, no merecian estos cuidados, por el corto numero de la tropa que guarnecia aquel punto. Este estado duró hasta el año de 1750, en que, por el articulo XIII del tratado ajustado en Madrid, Portugal cedia à España todos los establecimientos que habia formado en la màrgen oriental del Rio de la Plata, inclusa la Colonia del Sacramento.

Casi en la misma època se resolvió el Rey á organizar un gobierno en Montevideo, y condecorò con el título de gobernador a D. Joaquin de Viana: pero nada se hizo para fomentar la poblacion é industria de esta provincia, una de las mas desatendidas de las antiguas colonias. Ningun acto importante, ni una sola medida eficaz, recuerdan la existencia de un poder que la dominó por cerca de un siglo! Solo la naturaleza desarrollaba sus fuerzas, y cubria aquellos campos solitarios con un prodigioso número de ganados; sin que esto bastase á despertar de su apatia á la corte de España, que solo se conmovia al anuncio de algun nuevo hallazgo de minas.

Ninguna importancia damos á los reconocimientos que se hicieron en Madrid en 1749, de los metales y piedras preciosas que se pretendió haber descubierto en la Sierra de las Minas, al norte de Montevideo: basta leer los informes de los que los practicaron, para convencerse de su ignorancia. Pero nos importaba multiplicar las pruebas de un hecho, que se presenta con todos los visos de la inverosimilitud, y del que sin embargo ya no es posible dudar:—esto es, que el Rey de España tenia que echar mano de un platero, para valorar el mèrito de una mina de diamantes, y que el primer ensayador de la casa de moneda de Madrid, por donde rodaban tantos caudales, era un idiota.