sión providencial que ejerció el Revelador del Nuevo Mundo, Héroe apostólico, Mensajero del Evangelio, Vencedor de la mar tenebrosa, Instalador del signo sagrado, Cristiano incomparable, etc.
Sin rechazar la idea, juzgó, ya Pontífice Pío IX, necesaria ante todo una historia completa y auténtica de Colón en que, dando de lado á la pasión y á la rutina, apareciera tal como realmente fué; obra inmediatamente emprendida por Roselly de Lorgues, y sin largo detenimiento acabada, con la doble dicha de conquistar el favor del público, que así lo proclamó la prensa, acreditándolo sucesivas ediciones y traducciones rápidamente extendidas por Europa y América, sin escasear, en cuanto hubiera de contribuir á la belleza externa del libro, recurso alguno industrial ó artístico, por complemento del mérito literario.
En concepto de personas eminentes, eclesiásticas sobre todo, Roselly, restaurador de la fama de Colón, lo presentaba ante la sociedad moderna tan hermosamente retratado, que era fuerza reconocer en las vicisitudes de su vida algo no visto ni entendido en el transcurso de tres siglos; algo que escapa á la