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— Muy mal hecho, exclamó casi en tono de reprensión.

— Y yo, ¿qué le he de hacer? murmuré con acento de disculpa.

— Lo que ha de hacer usted es copiar estos versos, éstos que se titulan La flor de mi esperanza, y llevármelos esta noche al café del Príncipe, ¿sabe usted dónde está?

— Sí, señor: no he estado nunca; pero, ¿no he de saber el café donde se reúnen los poetas?


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Pocos días después mis versos se publicaban en Los hijos de Eva, el mejor semanario de literatura que veia por entónces la luz, y en el mismo número en que se daba á conocer como poeta Antonio Cánovas del Castillo. Un mes más tarde era yo amigo de la mayor parte de los literatos que frecuentaban el café del Príncipe. La poesía en cuestión, tal como la recuerdo, es la siguiente: