del hombre los deseos expresados por la comunidad han de haber naturalmente influido en alto grado en la conducta de cada uno de sus miembros, y buscando todos la felicidad, el principio de «la felicidad mayor» habrá llegado á ser un guia y un fin secundarios importantes. De este modo no hay necesidad de colocaren el vil principio del egoismo los fundamentos de lo que hay de más noble en nuestra naturaleza, á no ser que se califique de egoismo la satisfaccion que experimenta todo animal cuando obedece á sus propios instintos, y el disgusto que siente cuando no puede realizarlos.
La expresion de los deseos y del juicio de los individuos de la misma comunidad, primero por el lenguaje oral, y despues por la escritura, constituye una norma de conducta secundaria, pero muy importante, que á veces ayuda á los instintos sociales, aunque otras esté en oposicion con ellos. Preséntanos un ejemplo de esto último la ley del honor, es decir, la ley de la opinion de nuestros iguales y no la de todos nuestros compatriotas. Toda infraccion de esta ley, aunque fuese reconocida como conforme con la verdadera moralidad, causa á muchos hombres más disgustos que un crímen real. La misma influencia reconocemos en la amarga sensacion de vergüenza que podemos experimentar, aun despues de trascurridos muchos años, al acordarnos de alguna infraccion accidental de una regla insignificante, pero sancionada de etiqueta. Alguna grosera experiencia de lo que con el tiempo conviene más á todos sus individuos, guiará generalmente la opinion de la comunidad; opinion que, por otra parte, se extraviará á menudo por ignorancia ó por debilidad de raciocinio. Vemos ejemplos de esto en el horror que siente el habitante del Indostan que reniega de su casta; en la vergüenza de la mujer árabe que deja ver su rostro, y