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lo propio que la facultad de ejercer imperio sobre sí mismo, se fortalecen á pesar de todo por el hábito, y como la fuerza del raciocinio progresa en lucidez y permite al hombre aquilatar la justicia de la opinion de los demás, llegará un dia en que se verá obligado á seguir ciertas líneas de conducta, prescindiendo del placer ó de la pena que sienta al hacerlo. Entonces podrá decir «yo soy el juez supremo de mi propia conducta,» y repitiendo las palabras de Kant, «no quiero violar en mi persona la dignidad humana.»

Los instintos sociales más duraderos vencen á los ménos persistentes.—Hasta ahora no hemos discutido el punto fundamental sobre que gira toda la cuestion del sentido moral. ¿Por qué siente el hombre que debe obedecer á un deseo instintivo, con preferencia á otro cualquiera? ¿Por qué se arrepiente amargamente de haber cedido al enérgico instinto de su conservacion, no arriesgando su vida por salvar la de un semejante? ¿Por qué sufre remordimientos por haber robado algo con que alimentarse, obligado por el hambre?

En primer lugar es innegable que los impulsos instintivos tienen diversos grados de fuerza en la humanidad. Una madre jóven y tímida arrostrará sin vacilar el mayor peligro por salvar á su hijo, pero no por salvar á un cualquiera. Muchos hombres y aun niños, que jamás han arriesgado su vida por otros, pero que tienen desarrollado el valor y la simpatía, en un momento dado, y despreciando el instinto de propia conservacion, se arrojan á las aguas de un torrente, para salvar á un semejante suyo que se ahoga. En este caso impulsa al hombre el mismo instinto que hemos indicado antes, al hablar de los actos de humanidad de ciertos animales. Tales acciones parecen ser el simple resultado de la mayor prepon-