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carlos r. darwin.

núan ejercitándose en el canto, ó, como dicen las personas que se dedican á su cria, estudian, durante diez ú once meses. En sus ensayos primeros apenas se podrian reconocer los rudimentos del futuro canto; pero, á medida que crecen en edad, se conoce ya lo que tratan de saber, y acaban por cantarlo de una manera completa. Las aves que han aprendido el canto de una especie distinta, como los canarios que se crian en el Tirol, enseñan y trasmiten el nuevo canto á sus propios descendientes. Las naturales y leves diferencias de canto en una misma especie que habita diversas regiones, pueden acertadamente compararse, como indica Barrington, «á dialectos provinciales,» y los cantos de especies inmediatas, pero distintas, á las lenguas de las diferentes razas humanas. Me he detenido en los detalles que preceden para probar que la propension instintiva á adquirir un arte no es en modo alguno privilegio exclusivo del hombre.

Por lo que hace al orígen del lenguaje articulado, después de haber leido, por una parte, las interesantes obras de Hensleigh, Wedgwood, Farrar y Schleicher, y, por otra, las célebres lecturas de Max Müller, no me cabe duda de que el lenguaje debe su orígen á la imitacion y á la modificacion, auxiliada por señas y gestos, de diversos sonidos naturales, de las voces de otros animales, y de los gritos instintivos del hombre mismo. Al tratar de la seleccion sexual veremos que los hombres primitivos, ó mejor dicho, algun antiguo progenitor del hombre, ha hecho probablemente un gran uso de su voz para emitir verdaderas cadencias musicales, como aun lo hace un mono del género de los gibones. Podemos deducir de analogías bastante comunes que esta facultad se ha ejercido especialmente en la época de la reproduccion, para expresar las distintas emociones del amor, los celos, el