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carlos r. darwin.

IV.


De los hechos esencialmente involuntarios que cita Darwin, presentaremos uno que explica ingeniosamente por su tercer principio; el de la determinacion por la constitucion nerviosa, de los efectos que no dependen, en ningun modo, del hábito ó de la voluntad.

En las emociones de pudor, de vergüenza y de modestia, la sangre se agolpa al rostro que adquiere el sonrosado matiz que caracteriza al rubor. Es preciso observar antes, que todas las emociones de este género se experimentan cuando pensamos que otras personas tienen fijada su atencion en nosotros, ya para elogiarnos, ya para censurarnos, ya simplemente para observarnos con detencion. Este pensamiento produce el inmediato efecto de concentrar nuestra atencion sobre nosotros mismos y en particular sobre nuestra cara, ya que á ella principalmente se dirigen las miradas de los demás, cuando se ocupan de nosotros. Ahora bien: la atencion fijada en una parte del cuerpo, en un órgano cualquiera, causa ordinariamente una modificacion en el estado de esta parte ó en las funciones de este órgano; basta tomarse el pulso para que se haga irregular la circulacion, basta pensar en ciertas secreciones, como la saliva, para que se aumenten. Basta tambien, segun Darwin, concentrar la atencion sobre nuestra cara para que el sistema vaso-motor se afecte, y dilatando los vasos capilares se aumente la afluencia de sangre. Repitiéndose este hecho durante muchas generaciones, una disposicion semejante llegaria á ser habitual y hereditaria.


En resúmen: en su última obra se esfuerza Darwin en referir á causas puramente naturales los fenómenos de expresion. Prueba con tanto ingenio como sagacidad que ningun órgano, ninguna funcion han sido destinadas originariamente á la expresión; y que los movimientos del organismo sólo han llegado á ser señales exteriores de ciertas emociones, á consecuencia de coexistir ordinariamente con estas últimas.