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distinta en algun modo; y es preciso que resuelvan cuáles son las formas que se deben clasificar como especies, por analogía con los demás séres orgánicos considerados ordinariamente como especies tambien. Pero inútilmente se intentará resolver tal cuestion, partiendo de bases justas, mientras no se haya aceptado generalmente alguna definicion de la palabra especie, definicion que no ha de contener ningun elemento de imposible averiguacion, tal como el de un acto creador. Seria tan estéril como el tratar de decidir, sin ninguna definicion prévia, si cierto conjunto de casas se debe llamar ciudad, villa ó aldea. Tenemos ejemplo práctico de tal dificultad en las interminables discusiones á que ha dado lugar el tratar de saber si los numerosos mamíferos, aves, insectos y plantas, que se corresponden mútuamente en la América del Norte y Europa, se han de considerar como especies ó como razas geográficas. Lo propio acontece con las producciones de muchísimas islas, situadas á poca distancia de los continentes.

En cambio los naturalistas que admiten el principio de evolucion (y la mayor parte de los jóvenes se afilian ya á este grupo) no vacilarán en reconocer que todas las razas humanas descienden de un solo tronco primitivo; por más que crean útil ó nó calificarlas de especies distintas, con objeto de expresar la extension de sus diferencias.

Cuando, en una época muy remota, las razas humanas han diferido de su antecesor comun, se habrán diferenciado muy débilmente entre sí, y aun en poco número; así pues, por lo que respecta á sus caracteres distintos, habrán presentado ménos títulos para merecer el rango de especies distintas, que las que en la actualidad llamamos razas. Sin embargo, algunos naturalistas hubieran podido tal vez considerar estas antiguas razas como espe-