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chiloe y concepción.—gran terremoto

se veían surgir densas humaredas en remolino. Pero aunque los chilotes se afanaban por incendiar la selva en una infinidad de puntos, no vi una sola hoguera extenderse. Comimos con nuestro amigo el comandante, y no llegamos a Castro hasta después de obscurecer. Al día siguiente, por la mañana, partimos muy temprano. Después de haber cabalgado por algún tiempo, tuvimos la satisfacción (rara en este camino) de tender la vista por una amplia extensión de la inmensa selva desde el viso de una escarpada colina. Sobre el horizonte de árboles destacaba preeminente el volcán del Corcovado y una gran cima plana hacia el Norte: apenas se alzaba en la prolongada sierra ningún otro pico que dejara ver su nevada cima. Espero que ha de pasar mucho tiempo antes que se borre de mi memoria la impresión que me causó esta vista última de la magnificente Cordillera frente a Chiloe. Por la noche vivaqueamos bajo un cielo sin nubes, y a la mañana siguiente llegamos a San Carlos. Con oportunidad lo hicimos, pues antes de atardecer empezó a caer un copioso aguacero.


4 de febrero.—Hemos zarpado de Chiloe. Durante la última semana efectué varias cortas excursiones. Una de ellas tuvo por objeto examinar un gran lecho de conchas hoy existentes, elevado cien metros sobre el nivel del mar; entre ellas crecía una gran vegetación forestal. Otra fui a Punta Huechucucuy. Llevé conmigo un guía que conocía demasiado bien el país, porque se empeñó en decirme los interminables nombres indios que había para cada pequeña punta, riachuelo y abra. De igual modo que en Tierra del Fuego, el lenguaje indio parece prestarse admirablemente a denominar los accidentes más triviales del terreno. Si no me engaño, todos nos alegramos de dar nuestro adiós a Chiloe; sin embargo, prescindiendo de la triste lluvia de invierno, Chiloe podría pasar por una isla en-