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cap.
darwin: viaje del «beagle»

Dicho lago tiene 12 millas de largo, y se extiende de Este a Oeste. Por un efecto de las circunstancias locales, la brisa marina sopla muy regularmente durante el día y queda en calma durante la noche, lo cual dió origen a extrañas exageraciones, pues el fenómeno, tal como nos lo describieron en San Carlos, era un verdadero prodigio.

El camino de Cucao se hallaba en estado tan desastroso, que resolví embarcarme en una piragua. El comandante, del modo más autoritario, mandó a seis indios que se prepararan a llevarnos, sin dignarse decirles si les pagaría o no. La piragua es una especie de bote tosco y extraño, pero la tripulación lo era todavía más: dudo mucho que se hayan podido reunir jamás en una pequeña embarcación seis hombrecillos más feos. Sin embargo, bogaron bien y muy contentos. El remero principal charlaba en indio y profería gritos salvajes que superaban a los de los porqueros conduciendo sus cerdos. Partimos con viento contrario, aunque suave, y llegamos a la capilla de Cucao antes de atardecer. El país, a uno y otro lado del lago, era un bosque no interrumpido. En la misma piragua donde íbamos hubo que embarcar una vaca. Difícil parece a primera vista meter una bestia de tal tamaño en una embarcación tan pequeña; pero los indios resolvieron la dificultad en un minuto. Colocaron la vaca a lo largo del bote, y luego metieron dos remos por debajo del vientre del animal, apoyando los extremos en la borda. Apalancaron con fuerza, y bonitamente tumbaron a la pobre bestia patas arriba en el fondo de la embarcación, hecho lo cual, la ataron con cuerdas. En Cucao hallamos una choza desierta (que es la residencia del «padre» cuando visita esta capilla), y allí encendimos lumbre, preparamos la cena y lo pasamos con toda comodidad.

La región de Cucao es la única que está habitada en toda la costa occidental de Chiloe. Contiene