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cap.
darwin: viaje del «beagle»

de 12 leguas en línea recta, la construcción del camino ha debido de costar gran trabajo. Me contaron que en tiempos pasados habían perecido varias personas al intentar atravesar el bosque. El primero que lo consiguió fué un indio, que logró abrirse camino por entre los cañaverales en ocho días, y llegó a San Carlos; el Gobierno español le premió concediéndole un gran lote de tierra. Durante el verano muchos indios vagan por las selvas (principalmente en las partes más elevadas, donde la vegetación no es tan espesa), en busca de ganado medio salvaje, que se alimenta de las hojas de caña y de ciertos árboles. Uno de estos cazadores fué el que por casualidad descubrió, hace pocos años, un barco inglés que había naufragado en la costa exterior. La tripulación empezaba a agotar las provisiones, y no es probable que sin ayuda de este hombre hubieran logrado salir de estos bosques casi impenetrables. Con todo, un marinero murió de fatiga en el camino. Los indios, en estas excursiones, se guían por el sol: de modo que cuando el tiempo persiste nebuloso no pueden viajar.

El día estaba hermoso, y el número de árboles que estaban en plena floración perfumaba el aire; pero ni con esto se disipaba el efecto de la sombría humedad del bosque. Además, los numerosos troncos secos, que se yerguen como esqueletos, nunca dejan de imprimir a estos bosques primitivos un sello de majestad solemne, de que en absoluto carecen los de otros países de remota civilización. Poco después de ponerse el Sol vivaqueamos para pasar la noche. La mujer que nos acompañaba, bastante agraciada por cierto, pertenecía a una de las familias más respetables de Castro; cabalgaba, no obstante, a horcajadas, y sin zapatos ni medias. Estaba sorprendido de la extraordinaria llaneza que mostraron tanto ella como su hermano. Llevaban comida; pero durante todas nuestras refacciones se sentaban, observándonos a Mr. King y