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chiloe y las islas chonos

por sucesivos temporales. Por la tarde descubrimos otro puerto, y en él anclamos. No bien lo hubimos hecho, cuando descubrimos un hombre que nos hacía señas agitando un trapo blanco; y habiendo enviado un bote, volvió con dos marinos. Un grupo de seis habían huido de un barco ballenero norteamericano y desembarcado un poco al Sur en un bote, que poco después fué hecho pedazos por la marejada. Habían estado recorriendo la costa arriba y abajo por espacio de quince meses, sin saber qué camino tomar ni dónde estaban. ¡Qué feliz coincidencia la de haber hallado este puerto! A no haber sido por ello, hubieran andado perdidos hasta envejecer y sucumbir en esta costa salvaje. Sus sufrimientos habían sido muy grandes, y uno de ellos había perdido la vida cayéndose por los acantilados. A veces se vieron obligados a separarse en busca de alimento, y esto explicaba el hecho del hombre solitario. Considerando lo que habrían sufrido, no se habían equivocado mucho en la cuenta del tiempo, pues sólo andaban errados cuatro días.


30 de diciembre.—Anclamos en una abrigada caleta al pie de unas alturas cerca de la extremidad septentrional de Tres Montes. A la mañana siguiente, después de almorzar, subimos unos cuantos a una de las montañas, que tenía unos 720 metros de alta. El paisaje era notable. La parte principal de la sierra se componía de grandes, sólidas y abruptas masas de granito, que parecían remontar su antigüedad a los primeros días del mundo. El granito tenía una capa de pizarra micácea, que con el transcurso de los siglos había sido tallada en extraños picos en forma de dedos. Las dos formaciones, aunque diferentes en sus perfiles, convenían en estar casi desprovistas de vegetación. Esta esterilidad tan notable causaba a nuestros ojos un efecto singular, acostumbrados como estábamos a contemplar por todas partes un espesísimo bos-