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cap.
darwin: viaje del «beagle»

virnos de los árboles, trepando por ellos como por escaleras. También había varias Fuchsia, cubiertas con bellísimas flores péndulas; pero era muy difícil arrastrarse a su través. En estas bravías regiones es delicioso ganar la cumbre de cualquier montaña. Se siente una secreta esperanza de ver algo muy sorprendente, que aun en el caso de quedar defraudada no deja de volver siempre que se ofrecen nuevas ocasiones. Todo el mundo debe de experimentar las emociones de triunfante satisfacción que comunica al ánimo la vista de un soberbio panorama contemplado desde una altura. En estos países, tan poco frecuentados, se une además la vanidad de ser tal vez el primero en tender la mirada por el horizonte desde un elevado pináculo casi inaccesible.

Siempre le asalta a uno el extraño deseo de comprobar si algún ser humano ha visitado anteriormente un sitio no frecuentado. Cualquier pedacito de madera que lleve un clavo se rompe y estudia como si estuviera cubierto de jeroglíficos. Embargado por tales sentimientos, me interesó mucho hallar en un punto salvaje de la costa una cama de hierba debajo de un saliente de roca. Junto a ella habían hecho lumbre y se veían las señales de un hacha. La hoguera, cama y sitio mostraban la destreza de un indio; pero difícilmente podía ser así, porque la raza se ha extinguido en esta parte, a causa del católico deseo de hacer a un tiempo cristianos y esclavos. Tuve a la sazón mis recelos de que el hombre solitario que había pasado la noche en aquel rincón apartado y desierto debió de ser algún pobre marino náufrago que llegó a él recorriendo la costa.


28 de diciembre.—El tiempo continuó malísimo, pero al fin nos permitió reanudar las exploraciones y estudios. Los días se nos hacían años, como sucedía siempre que nos veíamos detenidos persistentemente