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cap. xii
darwin: viaje del «beagle»

vas de Tierra del Fuego, donde puede vérsele revolotear entre los copos de nieve. En la frondosa isla de Chiloe, que tiene un clima extremadamente húmedo, estas avecillas se mueven de aquí para allá entre el colgante follaje, en mayor número quizá que otras de diferente especie. Abrí los estómagos de varios ejemplares, cazados con la escopeta en diversas partes del continente, y en todos hallé restos tan numerosos de insectos como en el estómago de una trepadora. Cuando dicha especie emigra en verano hacia el Sur, es reemplazada por la llegada de otra que viene del Norte. Esta segunda especie (Trochilus gigas) es un ave grande, si se atiende a la delicada familia a que pertenece, y presenta un aspecto singular en su vuelo. Como otras del género, se trasladan de una parte a otra con una rapidez comparable a la del Syrphus, entre las moscas, o a la del Sphinx, entre las mariposas; pero al cernerse sobre una flor bate las alas con un movimiento lentísimo y fuerte, totalmente distinto del vibratorio, que es común a la mayoría de las especies, y produce el zumbido característico de los demás colibríes. No he visto otra ave en que la fuerza de las alas pareciera (como en las mariposas) tan potente con relación al peso de su cuerpo. Al mantenerse en el aire junto a las flores abre y cierra constantemente la cola, a modo de abanico, y entretanto el cuerpo se sostiene en posición casi vertical, cabeza abajo. Esta acción parece dar estabilidad y sostén al pájaro entre dos vibraciones sucesivas de sus alas. Aunque se los vea siempre volar de una flor a otra en busca de comida, su estómago contiene de ordinario restos abundantes de insectos, que son los que, a mi juicio, busca, mejor que el néctar. La nota que emite esta especie, como la de casi todos los individuos de la familia, es extremadamente aguda.