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de la isla mauricio a inglaterra

al examinar en el gabinete de un entomólogo las exóticas, gayas mariposas, y singulares cicadas, asociará a estos objetos inanimados la incesante y áspera cantinela de la última y el perezoso vuelo de la primera, infalibles acompañamientos del mediodía tranquilo y deslumbrador de los trópicos? Para contemplar estos paisajes encantados hay que aprovechar las horas en que el sol culmina; entonces es cuando el denso y espléndido follaje del mango oculta el suelo con su espesa sombra, mientras las ramas superiores, bañadas en los fulgores meridianos, ostentan el más brillante verdor. Muy distinto es lo que ocurre en las zonas templadas: la vegetación no es tan rica ni de tono tan obscuro, y aquí los rayos del Sol que declina la tiñen de rojo, púrpura o amarillo claro, contribuyendo a realzar la belleza de estos climas.

En mis tranquilos paseos por las sombrías veredas, mientras me entregaba a la admiración de los sucesivos panoramas, trataba de hallar lenguaje con que expresar mis ideas. Todos los epítetos me parecían débiles para sugerir a los que no han visitado las regiones tropicales la sensación de delicia que embarga el ánimo. He dicho que las plantas de un invernadero no sirven para dar una idea justa de la vegetación, pero me veo precisado a recurrir a ellas, no hallando otro expediente mejor. El país, en estas regiones, es un inmenso invernadero, lujuriante, bravío, lleno de malezas, hecho por la Naturaleza para sí propia, y del que se ha posesionado el hombre, adornándolo con bonitas casas y simétricos jardines. ¡Cuánto no desearía un admirador de las bellezas naturales contemplar, si le fuera posible, los paisajes de otro planeta! Pues bien: con toda verdad cabe decir que los habitantes de Europa tienen, a la distancia de pocos grados de su suelo natal, las magnificencias de otro mundo abiertas hacia ellos. Al dar mi último paseo me detuve una y otra vez a contemplar tantas bellezas, esforzándome