CAPÍTULO XXI
29 de abril.—Por la mañana doblamos la extremidad norte de Mauricio o Isla de Francia. Desde este punto de vista el aspecto de la isla satisfacía plenamente las esperanzas que las muchas y conocidas descripciones de sus bellos paisajes me habían hecho concebir. La llanura en declive de las Pamplemusas, salpicada de casas y coloreada por grandes campos de caña de azúcar, de vivo verdor, formaba el primer plano del cuadro. La brillantez del verde era sobre todo notable, porque ese color, por regla general, sólo resalta a corta distancia. Hacia el centro de la isla, grupos de montañas vestidas de bosques se alzaban sobre la llanura, cuajada de cultivos variados; las cimas, como sucede comúnmente con las antiguas rocas volcánicas, aparecían erizadas de agudísimos picos. Masas de blancas nubes se habían reunido en torno de estas cimas, como para deleitar la vista del observador. La isla entera, con su litoral en declive y sus