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islas keeling

orgánicos emersos, no podemos menos de contemplar con asombro las vastas extensiones que han sufrido cambios de nivel, bien elevándose, bien descendiendo, dentro de un período no remoto geológicamente. También parece inferirse que los movimientos elevatorios y de sumersión siguen casi las mismas leyes. En todos los espacios salpicados de atolls, donde ni un solo pico montañoso emerge sobre el nivel del mar, la sumersión debe haber alcanzado inmensas proporciones. Además, el hundimiento de la corteza terrestre, continuado o recurrente con intervalos bastante largos para permitir a los corales levantar de nuevo sus viviendas hasta la superficie, necesariamente ha debido ser extremadamente lento. Esta conclusión es probablemente la más importante que puede deducirse del estudio de las formaciones de coral, y es, a la vez, de tal índole, que no se concibe cómo hubiera podido llegarse a ella por otro camino. Tampoco he de pasar en silencio la probabilidad de que hayan existido en tiempos pasados grandes archipiélagos de islas altas donde ahora sólo bajos anillos de rocas coralinas rompen apenas la libre extensión del mar, pues esa hipótesis arroja alguna luz sobre la distribución de los habitantes de otras islas elevadas, que al presente han quedado tan inmensamente distantes unas de otras en medio de los grandes océanos. A no dudarlo, los corales constructores de arrecifes han producido y conservado testimonios admirables de las subterráneas oscilaciones de nivel; en cada arrecife-barrera tenemos una prueba de que la tierra ha descendido, y en cada atoll, un monumento sobre una isla ahora sumergida. De este modo podemos, a semejanza de un geólogo que hubiera vivido diez mil años y conservado el recuerdo de los cambios pasados, llegar a comprender algo del gran sistema por el que la superficie de este globo se ha roto, y los intercambios entre el agua y la tierra.