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una costa brava. Y así es, indudablemente. Además, en la costa presente de Nueva Gales del Sur, los numerosos y excelentes puertos de amplios senos ramificados, en comunicación con el mar por un estrecho boquete, abierto en los farallones de arenisca, presentan, aunque en pequeña escala, una imagen de los grandes valles del interior. Pero inmediatamente se ofrece la siguiente dificultad: ¿Cómo es que el mar ha excavado tan vastas depresiones en la meseta, dejando meras gargantas a la entrada, por las que ha debido pasar toda la enorme cantidad de materia triturada? La única luz que puedo arrojar sobre este enigma es recordar los bancos, de irregularísimas formas, que al parecer se están formando ahora en ciertos mares, como en algunos puntos de las Antillas y el Mar Rojo, bancos que tienen sus lados casi verticales. Por lo que hace a tan caprichosas estructuras, me he visto inducido a suponerlas formadas por el sedimento que aglomeran corrientes poderosas sobre un fondo irregular. Apenas cabe poner en tela de juicio que en algunos casos el mar, en lugar de esparcir el sedimento en capas horizontales, lo acumula alrededor de rocas e islas submarinas. Basta echar una ojeada a los mapas de las Antillas para convencerse de ello. Por mí mismo he podido observar en muchas partes de Sudaméríca que las olas pueden formar farallones altos y tajados, aun en puertos cercados de tierra. Para aplicar estas ideas a las plataformas de arenisca de Nueva Gales del Sur imagino que los estratos se han acumulado por la acción de poderosas corrientes y del oleaje de un mar abierto en un fondo irregular, y que los espacios vacíos, en forma de valles, han transformado sus primitivos lados de gran declive en cantiles verticales, durante una elevación lenta del suelo. En cuanto a las masas de arenisca rota en pedazos y sacada de las depresiones, su transporte ha debido de efectuarse, bien cuando se abrieron las estrechas gargan-