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cap.
darwin: viaje del «beagle»

lo, se tropieza de pronto con un inmenso abismo, que se abre por entre el arbolado de los dos lados del camino y tiene una profundidad de 450 metros aproximadamente. Puesto uno al borde del precipicio, ve allí en el fondo una gran bahía o golfo, porque no sé qué otro nombre darle, cubierto de espeso bosque. El punto de vista está situado en la base de esa bahía, formada por dos líneas divergentes de farallones, que presenta altura tras altura, como en una costa brava. Estos cantiles se componen de estratos horizontales de arenisca blanquecina, y son tan perfectamente verticales, que en muchos puntos se puede dejar caer desde el borde una piedra y verla chocar contra los árboles del fondo del abismo. Tan continuada es la línea de escarpas, que para llegar al pie de la cascada formada por el arroyuelo es necesario, según dicen, dar un rodeo de 16 millas. A unas cinco de distancia del frente se extiende otra línea de cantiles, que de este modo parece cerrar del todo el valle, y de ahí que se halle perfectamente justificado el nombre de bahía dado a esta gran depresión en forma de anfiteatro. Si imaginamos que un puerto de circuito casi cerrado y profunda cala, rodeado de farallones verticales, se secara de pronto y brotara en su arenoso fondo un bosque, tendríamos la apariencia y estructura que describo. Fué una vista enteramente nueva para mí y de suprema magnificencia.

Por la tarde llegamos al sitio llamado Blackheath. La meseta de arenisca alcanzaba aquí la altura de 1.020 metros, y, como antes, aparece el mismo boscaje achaparrado. Desde el camino se divisan trozos de un profundo valle de igual carácter que el descrito; pero, a causa de la verticalidad y elevación de sus lados, apenas puede verse el fondo. Blackheath es una posada deliciosa, a cargo de un veterano, y me recordó los pequeños mesones del norte de Gales.