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tahiti y nueva zelandia

trabajar en la ocupación reputada por la más baja de cuantas se confían a las mujeres. A los esclavos no se les permite ir a la guerra; pero esto tal vez apenas pueden mirarlo como una desgracia. Me refirieron que un pobre desgraciado, durante las hostilidades, se había pasado al bando opuesto; encontráronle después dos hombres, y al momento le dieron caza; pero no pudiendo llegar a un acuerdo sobre si pertenecía a uno o a otro, cada uno de ellos se puso junto al prófugo con el hacha de piedra levantada en alto, resuelto en apariencia a que su contrincante no se le llevara vivo. El pobre hombre, medio muerto de miedo, salvó la vida gracias a la sagaz intervención de la mujer de un jefe. Dimos luego un paseo, que resultó delicioso, de vuelta al bote, pero no llegamos al barco hasta muy tarde.


30 de diciembre.—Después del mediodía salimos de la Bahía de Islas con rumbo a Sydney. Si no me engaño, todos nos alegramos de dejar a Nueva Zelandia. No es un lugar agradable. Los indígenas carecen de la encantadora sencillez que distingue a los de Tahiti, y la mayor parte de los ingleses son verdadero desecho de la sociedad. Tampoco las condiciones del terreno tienen nada de atrayentes. El único sitio de que conservaba un recuerdo grato era Waimate, con sus habitantes cristianos.