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tahiti y nueva zelandia

flanqueada. Dentro dela cerca de estacones se forma un montículo de tierra, detrás del cual se apostan los defensores, protegidos de los tiros enemigos y en condiciones de hacer fuego. En la parte llana se excavan a veces caminos subterráneos que pasan al través del parapeto, y por ellos se deslizan los defensores hasta la empalizada para practicar reconocimientos en la hueste enemiga. El reverendo W. Williams me hizo esta descripción, y añadió que en algunos pahs se ha notado la existencia de contrafuertes que avanzaban hacia el lado interior y protegido del montículo de tierra. Habiéndole preguntado el jefe para qué servían, respondió que para ocultar los muertos y heridos a los combatientes próximos, evitando así que desmayaran.

Los neozelandeses consideran estos pahs como medios perfectísimos de defensa, porque las fuerzas asaltantes nunca poseen la disciplina necesaria para embestir todas unidas contra la empalizada, derribaría y penetrar en ella. Cuando una tribu guerrea, el jefe no puede mandar a un destacamento que vaya a un punto y a otro que efectúe tal operación, sino que cada uno pelea en la forma que le agrada. Pero, como es natural, a cada combatiente aislado le parece que acercarse a una empalizada defendida por armas de fuego es ir a una muerte cierta. En vista de todo ello, me inclino a creer que con dificultad se hallará en ninguna parte del mundo una raza más belicosa que los neozelandeses. Así lo confirma su modo de proceder cuando veían por vez primera un navío, según refiere el capitán Cook, pues «acudían a la playa y, lejos de huir ante un objeto tan enorme y para ellos nuevo, le arrojaban piedras en gran número, gritando: «¡Acércate aquí y te mataremos y comeremos!» De este antiguo espíritu belicoso quedan aún rastros evidentes en muchas de sus costumbres, y hasta en sus modales ordinarios. Si se da un golpe a un neoze-