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tahiti y nueva zelandia

bos lados. Valiéndome de un símil algo fantástico, diré que el cuerpo de un hombre así ornamentado semeja el tronco de un hermoso árbol abrazado por una delicada planta trepadora.

Muchas personas de edad tienen los pies cubiertos de pequeñas figuras, cuyo conjunto presenta la forma de un calcetín. Sin embargo, esta moda ha pasado en parte, siendo sucedida por otras. Aquí, aunque los estilos disten mucho de ser inmutables, cada uno debe conservar el que prevalecía en su juventud. De modo que un viejo lleva siempre estampada en la piel su edad y no puede darse aires de lechuguino. Las mujeres se tatúan de igual modo que los hombres, y muy comúnmente en los dedos. Al presente está generalizada una moda extraña: la de afeitarse la cabeza en forma circular, dejando sólo un anillo. Los misioneros han intentado disuadir a la gente del país de continuar con esa práctica, pero contestan que es la moda, cuyo imperio se ejerce en Tahiti tan terminantemente como en París. La vista de las mujeres me causó una desilusión: son, por todos conceptos, muy inferiores a los hombres. La costumbre de usar una flor blanca o escarlata en el cogote, o a través de un pequeño agujero en cada oreja, es preciosa. Además, suelen ceñirse la cabeza con una corona tejida de hojas de coco, que es también pantalla para los ojos. A mi juicio, necesitan cubrirse con un traje mucho más que los hombres.

Casi todos los naturales entienden algo de inglés; de modo que conocen los nombres de los objetos ordinarios, y mediante estas palabras, ayudadas de gestos, pueden sostener una conversación imperfecta. Al regresar por la tarde, en bote, nos detuvimos para presenciar una escena muy pintoresca. Una multitud de niños estaba jugando en la playa a la luz de numerosas hogueras, que iluminaban el mar tranquilo y el arbolado próximo, mientras otros, en rueda, can-