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cap.
darwin: viaje del «beagle»

hecho, entre las islas del Norte se ha observado una gran corriente Noroeste, que sin duda establece una separación eficaz entre la isla James y Albemarle. Como el archipiélago está exento de huracanes y fuertes vientos en grado excepcional, no es verosímil el traslado atmosférico de aves, insectos o semillas ligeras de unas islas a otras. Y, por último, la inmensa profundidad del océano entre las islas y su origen volcánico, al parecer reciente (en sentido geológico), hace en extremo improbable que hayan estado nunca unidas: y ésta acaso es una consideración mucho más importante que cualquiera otra, por lo que hace a la distribución geográfica de los seres que las habitan. Repasando los hechos referidos, el ánimo se llena de asombro ante la magnitud de fuerza creadora, si tal expresión cabe, desplegada en estas pequeñas, yermas y rocosas islas, y más todavía de su diversa, aunque análoga, acción sobre puntos tan próximos unos a otros. He dicho que el Archipiélago de los Galápagos podría llamarse un satélite del continente americano; pero mejor se denominaría un grupo de satélites físicamente semejantes, orgánicamente distintos, pero estrechamente relacionados entre sí, y todos en grado notable, aunque mucho menor, con el gran continente americano.


Terminaré mi descripción de la Historia Natural de estas islas exponiendo la extraordinaria mansedumbre de las aves.

Esta cualidad es común a todas las especies terrestres, a saber: los sinsontes o burlones, picogordos, reyezuelos, muscívoras tiranas, alondras y rapaces carroñeras. Todas ellas se acercaban a menudo suficientemente para poderlas matar con una varita, y algunas veces intenté hacerlo con una gorra o sombrero. Una escopeta aquí es casi superflua, porque con el cañón derribé un halcón que estaba posado en la rama de