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cap.
darwin: viaje del «beagle»

la isla Albemarle [1], y el día siguiente le pasamos, casi encalmados, entre ella y la Fernandina (Narborough). Ambas están cubiertas con inmensos diluvios de lava negra desnuda, que han fluído y desbordado de las grandes caldeiras como el caldo del borde de un puchero hirviendo, o han brotado de pequeños orificios en las laderas; en su descenso se ha extendido por muchas millas del litoral. Sábese que se han realizado erupciones en las dos islas mencionadas, y en la Isabela vimos un chorro de humo que subía en espirales desde la parte superior de un gran cráter. Por la tarde anclamos en la caleta de Bank, en la isla de Albemarle, y a la mañana siguiente salí a hacer una excursión a pie. Al sur del roto cráter de toba en que el Beagle estaba anclado había otra forma hermosamente simétrica, de sección elíptica, cuyo eje mayor medía poco menos de una milla y tenía una profundidad aproximada de 150 metros. Su fondo constituía el álveo de un lago poco profundo, y en medio de él se alzaba un cráter a modo de islita. Como hacía un calor sofocante y el lago parecía claro y azul, me deslicé por la pardusca pendiente, y medio ahogado por el polvo, gusté ávidamente el agua...; pero, con harta contrariedad, la hallé como salmuera. En las rocas de la costa abundaban grandes lagartos negros, de tres a cuatro pies de largos, siendo además común en las colinas otra especie pardoamarillenta. Vimos muchos de esta última clase; parte de ellos huían al acercarnos, y otros se sepultaban en sus guaridas. Describiré un poco más adelante los hábitos de ambos reptiles. Toda esta parte norte de la isla Isabela es pobre y estéril.


  1. La isla de Albemarle es la Santa Gertrudis de los españoles (posteriores a Berlanga), o Isabela de los ecuatorianos.—Nota de la edic. española.