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cap.
darwin: viaje del «beagle»

nía sencillamente de un anillo de escorias rojas unidas por un cemento, y su altura sobre el plano de lava no excedía de 50 a 100 pies; ninguno de ellos había estado en actividad desde fecha muy reciente. Los vapores subterráneos se han filtrado a través de todo el terreno en esta parte de la isla, como por un cedazo; en diversos puntos, la lava, estando aún blanda, había sido lanzada en grandes bombas, mientras en otros sitios los techos de las cavernas, formadas de un modo semejante, se habían hundido, abriendo pozos circulares de paredes verticales. A causa de la forma regular de los muchos cráteres, el terreno presentaba un aspecto artificial, que me recordó, por su vivo parecido, las partes de Staffordshire donde más abundan las grandes fundiciones de hierro.

Brillaba un sol abrasador, y era fatigosísimo el caminar por un suelo tan quebrado, teniendo que atravesar espesas malezas; pero me vi bien remunerado por el extraño paisaje ciclópeo. En mi excursión tropecé con dos grandes tortugas, cada una de las cuales pesaría al menos 200 libras; una de ellas estaba comiendo un trozo de cactus, y al acercarme me miró y se alejó lentamente; la otra lanzó un fuerte rugido súbitamente, y metió la cabeza debajo del caparazón. Estos enormes reptiles, rodeados de negra lava; los arbustos sin hojas y los grandes cactus, me transportaron con la imaginación a un paisaje antediluviano. Las pocas aves de obscuro plumaje no hicieron más caso de mí que el que habían hecho las grandes tortugas.


23 de septiembre.—El Beagle pasó a la isla de Charles [1]. Aunque este archipiélago ha sido frecuentado desde hace tiempo, primero por los filibus-


  1. La isla Charles es la Floreana de los españoles o Santa María de los ecuatorianos.—Nota de la edic. española.