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archipiélago de los galápagos

Chatham, que, como las demás, eleva su perfil suave y redondeado, interrumpido aquí y allá por diversos montículos, restos de antiguos cráteres. La primera impresión que causa el terreno tiene poco o nada de agradable. Tropiézase con una superficie desigual, de negra lava basáltica, lanzada en oleadas de angulosos perfiles y cruzada por grandes grietas, por doquiera cubierta de arbustos enanos medio marchitos, en los que se descubren pocas señales de vida. El seco y abrasado suelo, con el calor del sol de mediodía, daba al aire cierta pesadez asfixiante como la de una estufa, y hasta nos parecía que los arbustos olían mal. A pesar de la diligencia que puse en recoger todas las plantas posibles, sólo pude procurarme muy pocas, y eran unas pequeñas algas de ruin aspecto, más bien perteneciente a la ártica que a la flora ecuatorial. El matorral, aun visto a corta distancia, parecía tan desnudo de follaje como nuestros árboles durante el invierno, y tardé bastante tiempo en descubrir que, no sólo todas las plantas estaban en la época de la hoja, sino también en la de las flores. El arbusto más común es uno que pertenece a la familia de las Euforbiáceas; los únicos árboles que dan alguna sombra son un acacia y un gran cactus de extraño aspecto. Según dicen, después de la estación de las grandes lluvias las islas parecen verdear parcialmente por algún tiempo. La isla volcánica de Fernando Noronha, colocada, en varios respectos, en condiciones muy análogas, es el único punto donde he visto una vegetación enteramente igual a la de las islas de los Galápagos.

El Beagle navegó alrededor de la isla Chatam y ancló en varias bahías. Una noche dormí en tierra en una parte de la isla donde eran numerosísimos los conos negros truncados, pues desde una pequeña altura conté hasta 60, coronados todos por cráteres más o menos completos. El mayor número se compo-