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chile septentrional y perú

Oí el ruido precursor; pero con los gritos de las señoras, el correr de la servidumbre y el precipitarse de varios caballeros a la puerta, no pude distinguir el movimiento. Algunas de las mujeres lloraban de terror poco después, y un señor aseguró que no podría dormirse en toda la noche, y que en caso de hacerlo soñaría con el derrumbamiento de las casas. El padre de esta persona había perdido todo lo que poseía en Talcahuano, y él mismo estuvo a punto de que le aplastara un techo de Valparaíso en 1822. Citó una coincidencia curiosa que entonces ocurrió: estaba jugando a la baraja, cuando un alemán, que era de la partida, se levantó, diciendo que jamás se sentaría en estos países en ningún cuarto con la puerta cerrada, pues por haberlo hecho así había corrido peligro de morir en Copiapó. Fué, por tanto, a abrir la puerta, y no bien lo hubo ejecutado, cuando exclamó: «¡Ya vuelve el temblor!», y comenzó el famoso terremoto. Todo el grupo escapó. En los terremotos el peligro no está en el tiempo que se pierde en abrir la puerta, sino en la probabilidad de que ésta quede atrancada por el desplazamiento de las paredes.

No hay palabras para ponderar el miedo que los naturales y extranjeros establecidos en el país desde algún tiempo experimentan al sobrevenir los terremotos. Y esto, aun tratándose de personas graves habituadas a dominarse. Creo, sin embargo, que tal exceso de pánico debe atribuirse en parte a la falta de costumbre de reprimir el terror, por no ser vergonzoso el manifestarlo en esas ocasiones. El hecho es que a los naturales no les agrada ver una persona indiferente. Me contaron que dos ingleses estaban durmiendo al aire libre durante una sacudida bastante fuerte, y comprendiendo que no había peligro, siguieron tumbados. Las personas del país que los vieron exclamaron indignadas: «¡Mira esos herejes! ¡Ni siquiera se levantan!»