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paso de la cordillera

entrantes que hay en la costa de Tierra del Fuego, las corrientes de las brechas transversas que enlazan los canales longitudinales son muy impetuosas, de modo que en uno de esos canales transversos hacen dar vueltas y más vueltas a un pequeño barco de vela.


Cerca de mediodía empezamos el fatigoso ascenso a la sierra del Peuquenes, y a poco experimentamos, por vez primera, alguna dificultad en la respiración. A cada 50 metros las mulas hacían alto, y después de descansar unos segundos, las pobres bestias partían de nuevo espontáneamente. La angustia de la respiración, producida por el enrarecimiento del aire, es denominada por los chilenos con el nombre de puna, y acerca de su origen tienen las más extrañas ideas. Unos dicen que «todas las aguas aquí tienen puna»; otros, que «donde hay nieve hay puna»; y esto último, sin duda, es cierto. Por mi parte no experimenté más sensación que una ligera tirantez u opresión en la cabeza y pecho, como la que se siente al salir de una habitación muy calurosa y correr aprisa en un ambiente helado. Aun en esto debió de intervenir la imaginación, porque al encontrar conchas fósiles en el cerro más elevado, la satisfacción me hizo olvidar la puna. Sin duda alguna costaba mucho el andar, y la respiración se hacía profunda y laboriosa. Me dicen que en Potosí (a unos 3.900 metros sobre el nivel del mar) los extranjeros tardan un año entero en acostumbrarse a la atmósfera. Todos los habitantes recomendaban la cebolla contra la puna; tal vez sea eficaz, porque en Europa se ha empleado para curar las afecciones del pecho; por mi parte no hallé nada tan bueno ¡como las conchas fósiles!

Cuando estábamos casi a medio camino de nuestra subida, descubrimos una gran recua de 70 mulas cargadas. Era interesante oír los gritos salvajes de los arrieros y contemplar la prolongada fila de los anima-

Darwin: Viaje.—T. II.
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