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cap.
darwin: viaje del «beagle»

Durante los dos días siguientes llegué al punto más remoto que ansiaba examinar. El país presentaba el mismo aspecto, hasta que al fin el prado de menuda hierba se hizo más fatigoso que un polvoriento camino de herradura. Por todas partes vi un gran número de perdices (Nothura major). Estas aves no andan en bandadas ni se ocultan, como las de Inglaterra. Parecen tontísimas. Un hombre a caballo dando vueltas y vueltas en círculo, o, por mejor decir, en espiral, procurando acercarse cada vez más, puede herir en la cabeza tantas como quiera. El modo más común de cazarlas consiste en prenderlas en una lazada corrediza o pequeño lazo hecho con el cañón de una pluma de avestruz, sujeto al extremo de una larga pértiga. Cualquier muchacho algo diestro cazará así frecuentemente de 30 a 40 en un día. En las regiones árticas de Norteamérica [1] los indios cazan la liebre variable [2] describiendo espirales en su alrededor o en torno del sitio en que se encuentra; la hora de mediodía, cuando el Sol está alto y la sombra del cazador no es muy larga, se considera el tiempo más a propósito para esta caza.

A nuestra vuelta a Maldonado seguimos un camino diferente. Cerca de Pan de Azúcar, mojón bien conocido por todos los que han navegado remontando la corriente del Plata, me detuve un día en casa de un anciano español, sumamente hospitalario. Por la mañana temprano ascendimos a la Sierra de las Animas. Con el Sol naciente, el paisaje era muy pintoresco. Hacia el Oeste la vista se extendía por una inmensa llanura hasta el Monte, en Montevideo, y hacia el Este, sobre la región mamelonada de Maldonado. En la


  1. Journey, de Hearne, pág. 383.
  2. Se da este nombre a la especie de liebre Lepus campestris, y otras especies norteamericanas, por mudar en el invierno su pelaje en blanco.—Nota de la edic. española.