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río de janeiro

recciones, y por ellos circula un ejército de infatigables hormigas forrajeras, que van y vienen cargadas con trozos de hojas verdes, a menudo mayores que ellas.

Una pequeña hormiga de color obscuro emigra a veces en número incontable. Un día, en Bahía, atrajeron mi atención numerosas arañas, cucarachas y otros insectos, junto con algunos lagartos, que corrían, presa de gran excitación, por un trozo de tierra enteramente limpio de hierba. Un poco más atrás no había tallo ni hoja que no estuviera materialmente negro de menudas hormigas. El ejército de éstas, después de cruzar el espacio limpio, se dividió y empezó a bajar por un viejo muro. Mediante esta táctica quedaron cercados muchos insectos, y eran admirables los esfuerzos de las pobres criaturas para salir de aquel cerco de muerte. Cuando las hormigas llegaron al camino, mudaron de dirección, y en estrechas filas volvieron a subir por la pared. Coloqué una pedrezuela para interceptar una de las líneas, y entonces la tropa entera la atacó; pero poco después inició la retirada. Tras breves minutos, volvió a la carga otro numeroso pelotón, y en vista de que nada conseguía abandonaron aquella línea de marcha. Con rodear un par de centímetros, la fila hubiera evitado la piedra, y si ésta hubiera estado allí desde un principio así habría sucedido; pero como los valerosos guerreros se vieron atacados, despreciaron la idea de ceder.

En los alrededores de Río son muy numerosos ciertos insectos, parecidos a avispas, que construyen en los ángulos de los corredores celdas de arcilla para sus larvas. Estas celdas las llenan de arañas y orugas medio muertas; según parece, saben maravillosamente cómo han de clavarles el aguijón para dejarlas paralizadas, pero vivas, mientras dura la incubación de los huevos, y las larvas se alimentan de la hórrida masa de las indefensas y medio muertas víctimas; ¡espec-