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en dos partes iguales, al cabo de quince días ambas tenían la forma de animales perfectos. Pero dividí el cuerpo de suerte que una de las mitades contuviese los dos orificios inferiores, y la otra, por tanto, ninguno. A los veinticinco días de haber hecho esta operación, la mitad más perfecta no podía distinguirse de cualquier otro ejemplar. La otra parte creció mucho en tamaño, y cerca de su extremidad posterior se formó un espacio claro en la masa del parénquima, pudiéndose distinguir en él una boca rudimentaria; en la superficie inferior, sin embargo, no se manifestaba ninguna abertura que correspondiera a aquélla. Si el calor creciente de la estación, al irnos aproximando al Ecuador, no hubiera destruído todos los individuos, no hay duda de que el trozo mencionado habría completado su estructura. Aunque el experimento de que aquí se trata es bien conocido, fué interesante observar la producción gradual de todos los órganos esenciales en la simple extremidad de otro animal. Es muy difícil conservar estas Planarias, pues tan luego como la suspensión de la vida permite obrar a las leyes ordinarias de transformación de la materia, todos sus cuerpos se hacen blandos y flúidos, con una rapidez que nunca he visto igualada.

La primera vez que visité los bosques donde se hallan estas Planarias lo hice en compañía de un anciano sacerdote portugués que me llevó a cazar con él. Consistía el deporte en batir el monte con algunos perros y aguardar luego pacientemente que pasara algún animal para dispararle. Acompañónos el hijo de un labrador vecino, buen tipo de joven campesino brasileño. Vestía una chamarreta vieja y andrajosa y llevaba la cabeza descubierta; su armamento consistía en una escopeta antigua y un gran cuchillo. La costumbre de ir armado de cuchillos es universal, y se hace quizá necesario al atravesar un bosque espeso, a causa de las plantas trepadoras. Los frecuentes asesi-