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cap.
darwin: viaje del «beagle»

Beagle ancló en una hermosa caleta, en la entrada oriental del Canal del Beagle. El capitán Fitz Roy resolvió, desafiando el peligro, navegar contra el viento del Oeste por el mismo derrotero que habíamos seguido en los botes para ir a la colonia de Wooliya, y el proyecto tuvo éxito. No tropezamos con muchos indígenas hasta que estuvimos cerca de Ponsonby Sound, donde nos siguieron 10 o 12 canoas. Los salvajes no comprendieron la razón de nuestras bordadas, y en lugar de salimos al encuentro a cada cambio de rumbo se fatigaron inútilmente en seguirnos en los zigzags de nuestra marcha. Mucho me divirtió el observar el cambio de sentimientos en cuanto al trato con estos salvajes, producido por las superiores condiciones en que nos hallábamos respecto de ellos. Mientras estuvimos en los botes llegó a serme odioso hasta el sonido de sus voces, por lo mucho que nos molestaban. La primera y última palabra era su yammerschuner. Cuando, al entrar en algún fondeadero abrigado, esperábamos pasar una noche tranquila, la odiosa palabra de yammerschuner resonaba de pronto en algún sombrío escondrijo, y poco después se alzaban las espirales de humo propalando la noticia por los alrededores. Siempre que partíamos de algún sitio solíamos decirnos unos a otros; «¡Gracias a Dios que al fin vamos a vernos libres de esos desgraciados!» Pero aun entonces llegaba a nuestros oídos el eco de su voz estentórea, que permitía distinguir, a pesar de la gran distancia, la misma palabra: yammerschuner. Pero ahora, cuantos más fueguinos, más contentos; y por cierto que la escena era divertidísima. Unos y otros reíamos, bromeábamos y nos hacíamos nuestras consideraciones: nosotros, compadeciéndolos porque nos daban excelente pesca y mariscos a cambio de guiñapos y chucherías; y ellos, regodeándose con la ocasión de haber encontrado gente tan loca para trocar ornamentos tan espléndidos por una buena cena.