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esto, con los ojos chispeantes de animación y el rostro alterado por una expresión salvaje. Mientras navegamos a lo largo del Canal del Beagle, el paisaje adquirió una un carácter peculiar y de una magnificencia incomparable; pero el efecto menguó mucho a causa de estar tan bajo el punto de vista en el bote y de hallarnos encajonados en el valle, perdiendo por esta razón toda la belleza que encerraba la sucesión de cadenas. Las montañas se elevaban aquí a unos 900 metros y terminaban en picos dentados. Subían en laderas no interrumpidas, desde la superficie del agua, y estaban cubiertas de sombrío boscaje hasta la altura de 100 ó 120 metros. Una de las particularidades más curiosas era la perfecta horizontalidad de la línea donde dejaba de crecer el arbolado, hasta donde la vista podía alcanzar; se parecía exactamente a la señal que dejan las algas en la playa con la pleamar.

Por la noche dormimos donde se une el Ponsonby Sound con el Canal del Beagle. Una pequeña familia de fueguinos que vivía en la costa del fondeadero era gente pacífica e inofensiva, y no tardó en incorporársenos alrededor de la hoguera. Nosotros estábamos bien abrigados, y aunque teníamos los asientos cerca del fuego, sobraba calor; pero los salvajes, desnudos y más alejados de la hoguera, sudaban a mares, según pudimos observar con gran sorpresa. Sin embargo, parecían estar muy contentos y todos se unían al coro formado por los marineros, que habían entonado una canción, si bien hacía reír el retraso invariable con que terminaban cada frase o verso.

Durante la noche se difundió por toda la región la noticia de nuestro arribo; de modo que a primera hora de la mañana (23) llegó un nuevo grupo, que pertenecía a la tribu de Tekenika, que era la de Jemmy. Varios de ellos habían venido corriendo tan aprisa, que sangraban por la nariz, y echaban espumarajos por la boca por la precipitación con que hablaban. Desnudos