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tierra del fuego

fecciona con la experiencia: la canoa, su artefacto más ingenioso, con ser tan pobre, ha permanecido invariable, según sabemos por Drake, durante los últimos doscientos cincuenta años.

Al contemplar a estos salvajes se ocurre espontáneamente la pregunta: ¿De dónde proceden? ¿Qué pudo inducir o qué trastorno obligó a una tribu de hombres a dejar las hermosas regiones del Norte, bajar por la Cordillera o espinazo de América, inventar y construir canoas que no usan las tribus de Chile, Perú y el Brasil, y entrar después en una de las más inhospitalarias regiones del globo? Aunque el ánimo se sienta obsesionado por tales reflexiones, debemos tener por cierto que en parte son erróneas. No hay razón para creer que los fueguinos decrezcan en número; por tanto, hay que suponerlos en posesión de goces y satisfacciones, sean de la clase que fueren, capaces de hacerles amable la vida. La Naturaleza, al atribuir al hábito un poder sin límites y transmitir sus efectos hereditarios, ha adaptado a los fueguinos al clima y a las producciones de su miserable país.


Después de haber estado detenidos por el mal tiempo en el abra Wigwam durante seis días, salimos a alta mar en 30 de diciembre. El capitán Fitz Roy quiso hacer rumbo al Oeste, para desembarcar a York y a Fuegia en su propio país. En cuanto estuvimos fuera del abrigo de las costas empezaron a sucederse los temporales y a sernos contraria la corriente, por lo que hubimos de derivar a 57° 23' Sur. El 11 de enero de 1833 forzamos velas; llegamos a unas cuantas millas de la gran montaña escabrosa de York Minster (así llamada por el capitán Cook [1], y de la que tomó su nombre el fueguino de más edad), cuan-


  1. Léase James Cook, Viaje hacia el Polo Sur y alrededor del mundo, de la colección de Viajes clásicos, editada por Calpe.